martes, 26 de julio de 2011

Memoria Intima

                                                     Cómo se traduce en imágenes,                        el olor a café recién molido o el olor a hierbabuena fresca.                     Cómo se traducen en imágenes, esos olores que vagan aún en la memoria de una niña

Los lunes al mercado  es un documental sobre  la memoria.
Los lunes al mercado pretende develar como a través de la demolición de edificios, casas y calles nos  intentan borrar el pasado, borrar el recuerdo de la memoria. Hablará de los patrimonios culturales intangibles y como la cultura del petróleo arrasó con una parte de  nuestras referencias culturales y patrimoniales en post de un supuesto progreso, una mentalidad positivista que se impuso en Venezuela durante años. La destrucción del mercado  principal de Mérida,  suponía la aniquilación de lo rural, los vestigios de una Mérida campesina supuestamente anclada en el siglo XIX. El nuevo mercado y el Centro Cultural Tulio Febres Cordero dan paso a una Mérida moderna  presta a esperar el siglo XXI, como una supuesta expresión del venidero ¨ progreso¨.
Los lunes al mercado, es una historia coral, es una historia que se cuenta a través de los testimonios en boca de sus sobrevivientes, estas voces irán entretejiendo la historia de lo ocurrido.
Los Lunes al mercado tiene varios ritmos,  tiene el ritmo de lo rural y el ritmo de  la ciudad, pero también hay un tiempo del recuerdo, más ambiguo como la memoria, la memoria que a veces es  entrecortada y de flashes. (Fundido a negro. Sonido que  recuerda un olor, o algún pasillo  de café y frutas, de  hierbas y  de cuero)

Tratamiento Argumental.

Los Lunes al Mercado

Primer Acto.
Hora del desayuno
  Siete de la mañana. Un camión lleno de verduras atraviesa la avenida 2 Lora de la ciudad de Mérida-Venezuela, antiguamente  uno de los primeros corredores viales de la ciudad, donde convivían campesinos, prostitutas, estudiantes, turistas y merideños. Hoy, las casas todavía guardan ese color de otra Mérida y sus pasajes recuerdan las calles de algún pueblo andino. Las majestuosas montañas son su marco. El antiguo mercado principal de la ciudad, ahora, el Centro Cultural Tulio Febres Cordero, se encuentra allí también. El camión entra a uno de los callejones, se detiene frente a una casa que tiene un aviso hecho en madera que dice: Mercado Tatuy. El chofer y su ayudante se bajan del carro, comienzan la descarga.
Títulos de créditos.
  Una hornilla de cocina se enciende, una olla grande se posa encima. YOLI CAROLINA, 32 años, dinámica, fuerte, vivaz, acaba de montar el agua para echar las verduras del sancocho que se sirve en el restaurante, cuyo nombre es el mismo que poseía en su antigua sede en el Mercado Principal de Mérida: La cocina 8, donde comenzó este negocio familiar. Yoli Carolina, se desplaza  en esa cocina como una bailarina en el escenario. Sus hermanas, María Adelina y Carmen Yolanda, en silencio hacen su trabajo. La madre, DIONISIA  LACRUZ, es la matrona, fuerte y dulce a la vez, da instrucciones al tiempo que se encarga de despresar un pollo. El restaurante es pequeño, semi abierto, es más un comedor popular que se encuentra anclado al fondo del Mercado Tatuy. Este lugar es el monumento, si se quiere, de la resistencia de aquellos trabajadores que no quisieron, mejor dicho, que no pudieron mudarse al nuevo Mercado Principal de Mérida después de la quema.
   Yoli Carolina, pide un cuchillo que pique de verdad. María Adelina le enjuaga uno y se lo entrega. Yoli Carolina lo toma y continúa picando las verduras. Mientras corta zanahorias   recuerda cuando se le desaparecía a la madre en aquellos largos pasillos del antiguo mercado principal. Recuerda sus olores, sus colores. Describe momentos de su infancia: juegos, trabajos, mandados, describe también a algunos de los personajes propios del mercado (recuerda al viejo vendedor de mal carácter que no le gustaban mucho los niños, a La Pola…). De tanto en tanto, es interrumpida por la madre para acotar una anécdota, acompañada ésta de algunos tímidos comentarios de María Adelina, en cambio Yoli Carolina impone con vigor sus vivencias de aquella época. Termina de picar las verduras y va al segundo piso de donde trae la foto de uno de esos personajes: “La Pola”. La recuerdan como parte de aquella época en el antiguo mercado principal de Mérida.
  Las cornetas de los carros inundan el ambiente de la avenida Las Américas, un edificio de tres pisos con un gran aviso pintado dice: Mercado principal de Mérida. Una santa maría se abre.
 En el interior del nuevo mercado principal de Mérida, los pasillos están repletos de artesanía, y de miles de objetos  que cuelgan, que se amontonan arriba y abajo. Todo un festival de colores y formas. Juguetes de madera, muñecas de trapo, dulces típicos andinos, entre vendedores y turistas.
  En el segundo piso está el negocio de KLEVER ROSALES, cincuenta años, activo, hablador, simpático. Es un hombre que está orgulloso de su suerte en la vida, su padre Candelario Rosales, era el dueño del puesto más grande del viejo mercado.  Klever está viendo futbol en un pequeño televisor que tiene en medio de artesanías de todo tipo y de todas partes del país. Se emociona con su equipo; El Real Madrid. Un cliente entra y  José, un señor que ha trabajado con él desde hace 30 años, es quien lo atiende.
Klever le baja el volumen al televisor, y nos cuenta sobre su infancia en el mercado viejo: "en vacaciones, cuando era temporada alta, venían mis primos de los pueblos a ayudarnos a vender, yo era el que más vendía, el que gritaba más fuerte", recuerda los juegos en los corredores del mercado. Camina hacia el mostrador y saca unas fotos que tiene guardadas del viejo mercado.
 En otro pasillo del nuevo mercado, MANOLO GUILLEN, 50 años, simpático, risueño, amable, está en su negocio de suéteres tejidos de diversos colores y texturas. Unos cuelgan desde el techo, otros están doblados. Manolo cuenta que trabajó desde los once años en el viejo mercado y comenta como logró desde muy joven ser el encargado de uno de los locales que después compró. Recuerda esos momentos, habla del viejo mercado, a ratos hace alguna pausa que nos da la impresión de estar reviviendo el pasado. (El ambiente sonoro tiene una peculiar mezcla de sonidos, muchas personas hablando, objetos que suenan, algunos radios y de fondo el ruido de la avenida).
  En el Mercado Tatuy. Un portal en arco nos deja entrever un universo de ramas, hierbas, flores, vegetales y frutas que allí se venden. En la entrada derecha, dos mujeres, dos señoras, calladas, rodeadas de un verdor profundo, allí no se escuchan las cornetas, ni el ruido continuo de la ciudad, allí se mezcla el sonido del viento con el hablar cantado del andino. La gente que compra allí es de la zona, vienen por hierbas milagrosas y remedios naturales, vienen por el mercado del día.
  Una tenue luz amarilla ilumina a uno de los primeros locales que se encuentra en la entrada del Pasaje Tatuy. NANCY HERNÁNDEZ, 58 años, amable y fuerte como sus ancestros indígenas (eso dice con orgullo), es una vendedora de sueños en su puesto de medicinas naturales. Es la presidenta de la Asociación Tatuy, es decir, de la asociación que coordina ese lugar. Sin abandonar el mostrador, nos narra parte de su infancia junto a su madre en el viejo mercado.
  HERCILIA HERNÁNDEZ, la madre de Nancy, tiene 73 años, coqueta y risueña. Está sentada en la entrada del Mercado Tatuy, atenta escucha lo que su hija cuenta. Se levanta de su silla y se acerca al mostrador para interrumpir la narración y contar la historia de cuando llegó a trabajar al antiguo mercado con  Nancy en brazos.
  Nancy sale del mostrador y recibe a un señor que viene cada semana de los nevados desde hace cuarenta años, le entrega la cebada. Nancy recuerda que se conocen desde el antiguo mercado principal, recuerda también aquellos años antes de la quema,  cuando empezó la resistencia a la mudanza del mercado principal a un nuevo mercado. Nos habla de la Asociación en Defensa del Mercado para enfrentar la decisión del Concejo Municipal del municipio Libertador, de mudar el mercado del centro de la ciudad hacia lo que es hoy la avenida Las Américas.

Segundo Acto.
HORA DEL ALMUERZO.
  En la cocina 8, sus ochos mesas para comensales están llenas de los trabajadores de los alrededores, Yoli Carolina, atiende a los clientes.  Cuando el último de los clientes se va, Dionisia se sienta con sus hijas a almorzar, mientras comen, hablan de cómo les fue ese día y planifican el menú del día siguiente. Yoli Carolina termina de comer, se levanta y pone a hacer un café, las hermanas se levantan también y recogen los platos, Yoli Carolina trae el café para Dionisia que se levanta a encender la televisión, se vuelve a sentar y dice:
 “…Ese día era domingo, yo bajé temprano de Tabay, hice un café con leche que me quedó tan rebuneo, llegaron unos muchachos, eran ocho muchachos, con gorra roja y franela blanca y dicen de pronto: ¨Lastima este mercado, un día hasta se quema¨…”
 Una de las hijas le trae el café, ella lo bebe y continúa narrando: “esos muchachos venían hacer unas reparaciones al techo o algo así”. Se queda pensativa, luego de una pausa continua: “Nos llamó un vecino, y nosotras llegamos en la madrugada, las llamas consumían todo”.
 
   Yoli Corolina se lava las manos, se las seca y se aproxima a la mesa donde está su madre, Dionisia, conversando con nosotros: “Yo si me acuerdo, estaba yo, así (muestra con las manos la estatura) pegada a mi mamá todo el tiempo”, y comienza a describir ese domingo, día de la quema: “eso lo tengo yo en los ojos” y continúa hablando de ese día.
 Insert de imágenes de archivo de la quema del mercado.
  Klever Rosales, entra al local con el almuerzo para sus dos empleados. Se sientan a comer. Klever, mientras ve unas muestras de artesanías que le acaban de llegar, habla: “Yo lo recuerdo completo, una mujer llegó a la casa en la noche, una que había sido mi novia, ella me avisó”. Klever se levanta del banquito donde está sentado, y actúa, tiene ese don de comerciante encantador de serpientes. Recuerda que días antes de la quema había hecho una gran inversión en franelas. “Me fui lo más rápido que pude para el mercado, cuando llegué estaba prendido por todos lados y como papá tenía muy buenas relaciones me dejaron entrar, no dejaban entrar a nadie”.
 Klever sale de su negocio y nos presenta a JOSÉ ACOSTA, de 75 años, maracucho de nacimiento, que llegó a Mérida muy joven a trabajar con un tío que tenía un puesto en el viejo mercado. Luego se independizó y tuvo el primer puesto de artesanía en el viejo mercado. Ahora, vive rodeado de sombreros e instrumentos musicales. En su memoria está vivo el recuerdo del día de la quema, dice que unos días antes, el Concejo Municipal había mandado a pintar el mercado por fuera en honor a sus cien años. Narra cómo subió desesperado en su carro desde Ejido y al acercarse al centro ya veía las nubes de humo negro. El señor José muestra a la Virgen y la caja registradora que fue lo único que no se llevó el fuego. “Lo perdí todo”, dice con dolor.
  Imágenes de noticieros de TV sobre la quema del mercado principal de Mérida.  De las imágenes de archivo pasamos a las fotografías de la quema. Las fotografías pasan lentamente, encadenándose con las páginas de los periódicos. En off, klever comenta que fue tan fuerte el fuego que sus monedas se derritieron en una sola bola de níquel y plata, y José Acosta narra cómo no permitían que nadie se acercara. “El fuego fue tan fuerte que derritió hasta las vigas del techo”.
  En la entrada del pasaje Tatuy, María Paulina es una de las dos señoras que venden hierbas en la entrada. Dice: “Eso es un crimen muy grande lo que hubo ahí, mucha gente se murió, como Ramón Calderón, el de la joyería, le dio un infarto, eso lo que dio fue dolor…Ese era un mercado donde uno venía a vender, ahí estaba la vida de uno…”.
  Insert. Recortes de prensa de los días siguientes a la quema. Fotos de archivo.
  Nancy entra al Centro Cultural Tulio Febres Cordero, (antiguo espacio del mercado viejo, que hoy a casi 20 años de su construcción choca visual, estructural, y arquitectónicamente con la avenida 2 Lora, la cual es el reflejo de una resistencia silenciosa de la desruralizacion forzada que han sufrido las ciudades venezolanas). Camina por los largos corredores grises,  indica donde quedaba su puesto y recuerda lo que vivió junto a sus compañeros los días siguientes a la quema. Nancy sale del Centro Cultural Tulio Febres Cordero y se sienta en las afueras del centro cultural. Nancy nos explica que ellos se paraban allí a protestar después de la quema, un día incluso casi se lanzan al hueco que quedó. “Recuerdo un día que caía un palo de agua, nosotros estábamos que nos lanzábamos, para tomar el terreno, ya vacío. De pronto, nos empezaron a lanzar bombas lacrimógenas, corrimos…”. Nos habla de la lucha que llevaron a cabo durante meses, narra como quedaron dispersos por la calles del centro, hasta que pudieron conseguir la reubicación en la plaza Colón y luego en la antigua casa que hoy alberga al mercado Tatuy. Recuerda los intentos casi desesperados por parar la construcción del centro cultural, y lo que piensa sobre ese edificio erigido sobre tanto dolor, que nunca ha funcionado realmente.
  En un pasillo del segundo piso del nuevo mercado, Klever testimonia que estuvo en Caracas y en varias manifestaciones, hasta que se hizo el sorteo para obtener los puestos que ya estaban vendidos en el nuevo mercado, y que luego del escándalo de la quema les dieron oportunidad de comprar.
  En su puesto de trabajo, José Acosta se pregunta por qué nadie del Concejo Municipal se acercó a proponerles la opción de comprar en ese nuevo mercado.
 Insert de fotografías del viejo mercado y de las manifestaciones en la celebración de los cien años, justo antes de la quema.
 El sonido de la ciudad inunda el espacio. CARMEN TERESA GARCÍA, autora del libro “El Mercado Principal de Mérida (1886-1987) a veinte años de su quema”. Socióloga, investigadora del mercado, de aproximadamente 55 años, inteligente y agradable, está sentada en un café al aire libre, cerca de la Plaza Bolívar de Mérida, nos expone la importancia de ese mercado para la memoria colectiva, de su importancia cultural para la ciudad y como su destrucción es parte de uno de los tantos intentos por uniformar nuestros modos de vida por sociedades que nos han pintado como superiores en detrimento de lo autónomo, lo que históricamente hemos hecho como pueblo sustituyéndola por una cultura ajena y destruyendo cualquier rasgo de nuestra identidad.
 Son las cinco de la tarde. El tráfico ahoga la avenida Las Américas.
Insert de fotos del mercado viejo de Mérida, se funde con el hueco de una construcción de un edificio.
Tercer acto.
Hora de la cena
  Cuatro y media de la tarde. Yoli Carolina, Dionisia y Nancy se preparan para limpiar el Mercado Tatuy. Vemos a las mujeres hacer su faena semanal en silencio. El sonido de una música tradicional andina está presente.
  Se cierra la santa maría del mercado principal de Mérida. Funde a negro.
Insert. "los lunes amanecían llenos de fragancia rural…" Tulio Febres Cordero.

  Son las cinco de la tarde de un domingo, la venida 2 Lora, está prácticamente vacía, una pareja de viejos campesinos merideños atraviesa la entrada principal del Tulio Febres Corderos. Les vemos perderse en el boulevard que termina en la Plaza Bolívar. Los violines típicos merideños se confunden con el ruido de una construcción. Créditos.

Sinopsis


Yoli Carolina vivió los primeros siete años de su vida entre los puestos de verduras, frutas y flores, entre aromas de hierbas y café recién molido, vivió su primera infancia en el antiguo Mercado Principal de Mérida. Hoy en día, trabaja con su madre Dionisia y sus hermanas en el pequeño restaurante del pasaje Tatuy, una antigua casa convertida en mercado, en donde laboran aquellos que no se mudaron después de la quema del antiguo Mercado Principal de Mérida.

Nancy Hernández, llegó recién nacida al antiguo Mercado Principal de Mèrida, Su madre, Hermelinda, tenía un puestico de venta de velones. Nancy, creció en ese universo de olores y colores diversos. Hoy, es la presidenta de la asociación que resistió tras la quema del mercado y tiene un puesto de medicina natural y de hierbas en el Mercado Tatuy.

Kleber Rosales, es hijo del dueño del negocio más grande del viejo Mercado Principal de Mérida. Creció  trabajando con el padre. Allí vivió, su infancia, su adolescencia y su adultez. Ahora,  tiene  un negocio muy prospero de venta de artesanías en el nuevo Mercado Principal de Mérida, fue de los primeros que se mudó después de la quema.

Estos personajes y otros más, nos contaran la historia de lo que significó y lo que significa culturalmente aún hoy en día, el viejo Mercado Principal de Mérida, tras su penosa desaparición.